Era un lunes con el petricor inundando mi nariz con su cálido aroma, con la llovizna deslizándose sobre las hojas de los árboles, rozando mi rostro y cayendo al suelo formando una iridiscencia que se reflejaba en mis ojos sus hermosos colores,
y al levantar mi rostro miro unas hermosas curvas de un cuerpo inefable; una hermosa sonrisa que podría llenar de luz cualquier lugar oscuro y una mirada que podría convertir cualquier tristeza en felicidad en cualquier instante;
mis ojos pensaron que era un sueño, que esa belleza no era real pero si era parte de un sueño no quería despertar.