Mezclando lo serio con lo frívolo
en este canto que te escribo ahora,
reconozco tu fuerza, porque eres
la más utilizada en nuestro idioma.
Popular en los puntos cardinales
donde el griego y el latín tienen su trono,
me pregunto, y no ceso de asombrarme,
a qué se deben tus hechizos alfabéticos
y el misterio de tu gran celebridad.
Denominada simplemente E,
me conduces por caminos embrujados
hacia un mundo de raíces ancestrales,
sobre el amplio bodegón del verso.
Admiro tu poder evolutivo
y no cejo de gozar tus cualidades
desde el fondo secular de mis recuerdos,
vinculados con semíticos y etruscos.
Me torturas sin embargo con la edad,
la economía, el egoísmo, los ejércitos,
y afliges mi corazón con elegías
cuyos versos prostituyen mi sonrisa
o la cambian por lágrima y lamento.
Existe un catafalco de impostura
en numerosos farsantes del idioma,
que fabrican sin pena y sin sentido
una negra leyenda de sandeces
con su escaso cerebro y pluma seca,
abusando de ti que pisas fuerte
en diferentes lugares de la Tierra.