En el púlpito y de frente al sacramento
un niño lo observa dar a los feligreses el cuerpo de Cristo
con esas manos que lo lastimaron
no solo en su cuerpo si no en la conciencia.
Es un asesino, deberían juzgarlo
ha matado el alma del que era un niño.
Antes que sus manos sucias de deseos
tocaran su limpia mirada y cariño
el siempre jugaba a ser sacristán
ofreciéndole a Dios diario un sacrificio.
Ahora ese niño se volvió hombre
perdido en los bares, bebe y recuerda al maligno
al que le robó su inocencia, lastimó su alma
mató su fé y hoy es el obispo.