Los edificios mñas imponentes
se edificaron con el dinero
que trajeron los indianos
al regreso de aquellos continentes,
más de uno se hizo banquero
gracias al saqueo a dos manos.
Esto ocurre en Londres y en París
y no se salvan ni Roma ni Madrid.
Ni tampoco Nueva York, donde
el oro en sótanos se esconde,
cambia de manos, sin salir del círculo,
allí cada tiburón tiene su discípulo,
para asegurarse de por vida un privilegio,
y el panteón de más lujo del cementerio.
El hombre no aprende, ayer hermano del alma,
cuando eran los emigrantes necesarios,
sobraba dinero y reinaba la calma,
para los que antes eran hermanos proletarios,
ya solo enseñan el puño y cierran la palabra,
era revolucionarios ayer y hoy mandatarios.
Poco dura la alegría,
en la casa del obrero,
mora callada la hacendosa ruina.
Ya olvidamos algún feliz día,
en este silencio postrero,
reina la tristeza y se sufre la inquina.