No te escogí para que fueras el árbol de mis tardes de sombra, ni para que fueras el calor de mis mañanas de intenso frío; no, tan sólo te mire y sentí sobre mi piel el fresco aroma de tu aliento, y el calor más divino, de la cercanía de tu cuerpo sobre mi piel asustada.
No te escogí como el agua del río para saciar así mi sed mundana, ni tampoco te vi como el ánsar sobre la hoguera, que calmara mi hambre tan extraña; no, tan sólo saciaste mi sed con el rocío de tus labios sobre los míos, y calmaste el vacío de hambre que moraba en mi corazón herido.
No te escogí como la luz de las mañanas y el claro de luna a mis espaldas, ni tampoco te vi como el camino fácil que por el llevara mis extraviados pasos; no, sólo te presentí, como amanecer sobre mis ojos y sobre mi Alma desnuda, y tan sólo tome tu mano, y me deje guiar por tu sendero de Amor, ya fuera de día o aún de alejada madrugada.
No te escogí como el apasionado cuerpo que encendiera mis sentidos, ni tampoco como el beso que apagara mi fuego perpetuo; no, sólo recite en silencio mis gracias al cielo por tu tierna compañía, y rocé con mis labios, la sombra que a mi lado, contigo se escondía.
No te escogí, tan solo llegaste, tan solo lloré de alegría al abrazarte, tan solo tomé, lo que con Amor tú me servías… no te escogí, ya sabía que eras mía.