Me miro fijo al espejo.
En este momento me siento viejo.
Los años se me fueron, sin darme cuenta, como la arena fina entre los dedos.
Miro mis ojos, oscuros y profundos. Gracias a ellos he podido admirar, contemplar la belleza que me ha rodeado. Las personas amadas, los atardeceres y amaneceres de mi existencia. El dolor, la miseria, la violencia, el desprecio. Siempre han sido sinceros, pues las miradas no saben mentir.
Dos ríos que en muchas ocasiones se han desbordado desahogando mis más profundos sentimientos. Sean cual fueren los mismos. Su profundidad y color heredados de mi madre. Aún conservan el brillo de una vez, aunque si ahora tengo necesidad de los lentes para mirar bien.
Contemplo mi boca. Finos labios que han besado. Con los que he recorrido cuerpos ardientes haciéndoles sentir, explotar de pasión. Expertos en descubrir puntos sensibles y neurálgico.
Han sabido pronunciar palabras oportunas. Han bendecido, perdonado, amado, animado, levantado ánimos al borde de la desesperación y el suicidio. En ocasiones también han sido expresión profunda de mis sentimientos negativos, con ella confieso que he herido y no han salido solo palabras dulces y amables.
Ojeo mi frente amplia. Líneas de expresión la surcan. Fiel catalizador de mis estados de ánimo, en especial la preocupación, decepción o tristeza. Una pequeña cicatriz me recuerda las travesuras de mi infancia. Fui un niño expresivo, sensible, alegre, sincero. Sentimientos que poco a poco fueron “domados”. En la adolescencia completamente reprimidos, pero con el tiempo recuperados.
Atisbo mi barba. Completamente blanca. Expresión de experiencias vividas. Desde mi adolescencia me acompañan. Me da un aire patriarcal. La acaricio y suspiro: “cuánto camino recorrido” me digo a mi mismo. Quizás me haga ver más viejo. Pero me gusta y es lo que verdaderamente cuenta.
Observo mis manos cansadas. Me recuerdan las caricias impartidas, las lágrimas enjugadas, las cachetadas dadas, los puños apretados resistiendo el dolor, la humillación, el sufrimiento. Muchas veces me protegieron de la caída o evitaron el impacto. Me han ayudado a peinar mis canas, a cuidar mi cuerpo, a escribir mis historias, esas historias que se las ha llevado el viento. Prosas, versos, ilusiones, sueños...
Satisfecho estoy de todo lo vivido, mas esto no me priva de algunos sentimientos de nostalgias que me visitan, quizás en estas fechas mucho más. Solo le pido a la vida que tenga compasión de este escritor errante. A ella le doy gracias por todo y en ella me abandono esperando siempre lo mejor de lo mejor, pues me lo merezco.