Lo que comenzó a circular en las calles fue el frio salvaje como espíritu indomable de potro.
En aquel reino donde imperaba lo no vivo y lo vivo, se derretía el bronce cálido y calentado por lo natural, aquello que da la vida. Pero nublado por el espesor de lo que es invisible o intocable en el aire normalmente.
Aquel bronce dejaba de tener aquel brillo penetrante, pero aun, tan solo de momentos, se colaba en la pupila de quien lo contemplaba y embriagaba su alma con un calor enaltecedor.
Aquel bronce sin que lo esperara, se convertiría en hierro frío y opaco, pero por un poco de brillo mas, iluminaba aquel reino.
Lamina de diamante negro, que esculpido con el tiempo, posee los perlas blanquecinas y pareciera que en cualquier momento aparecerá el brillo más intenso que el bronce: moneda de plata.