La puerta restaña herméticamente
su cuerpo zurrado,
y la mano del hombre
que no la rozó
se trepa medrosa
al hombro excitado
del alma contigua,
la bujía amainó,
roncó aquella alarma
que nadie olvidó.
¿Alguien les asusta,
juegan a quedarse,
quién anda sin chanclas,
por qué se ocultó?
La puerta entreabre
chirriando cansina,
no asoma ni el aire
de codos tranquilos,
entonces se encrespa la respiración.
Alguno ya es nadie,
ya nadie es alguno.
Todos gritan nada
con gráciles labios,
y, de todo, alguien queda
aullando sin voz,
ya todos miraron
lo que nadie vio.