Ambos sabíamos que nuestro encuentro
había sido una odisea del universo
poner en línea recta a un millón de variables
(quizá más)
no es como exfoliar a un trébol.
Tu cuerpo recibió mis caricias
haciendo de mís manos
un manual de ensamblaje
que articulaba a los engranes
de tu vibrar.
Ambos presentimos que quizá
no habría un después
por ello
le otorgamos la libertad
a nuestros deseos más invisibles
para que cosecharán al trigo
que no sabe de arrepentimiento.
Una centena de minutos
para la eternidad no es nada
pero para nosotros
fue
la
eternidad.