Viajó en su mejilla trémula y afable,
aquel desliz amargo nacido de la luz,
palpitando el compás ineludible
de falencia cruel, de amarga ingratitud.
Añoraba entre cromos ausentes,
el ayer decidido a ocultarse,
¡Cuan temible llamaba el ocaso,
en sus días sembrados de muerte!
En su mente vagaba sin rumbos,
navegando distancias disueltas,
distancias sin razón de medidas,
distancias sin promesa de vuelta.
Estrechaba su mano indefensa,
en un acto de su suma impotencia,
manos sembradoras de sueños,
amparados por la fé y la paciencia.
Pero el lecho en el cenit tiende al apuro,
y entre lúgubre descanso agita el tiempo,
las penumbras quejumbrosas del reposo,
mutan en claridad celestial al momento.
pertubado miré su semblante,
cuyo aspecto ostentaba risueño,
y su mueca de temple pasiva,
definió la macabra concepcion de ensueño
Cual destello brillaban sus ojos,
consternando su risa piadosa,
aquella vil e insensata esperanza
que culminó en un templo de rosas.