Quiso vivir la niñez
cuando no tocaba.
Quiso cambiar el color
de su piel, cuando
no tocaba.
Se inventó un mundo
de fábula en Neverlánd,
la tierra del Nuncajamás.
Con el tiempo, su rostro
dejó de ser cara y
se convirtió en máscara,
sin una arruga, de un mate
pálido de gastada porcelana,
solo una raya rosa
sus labios simulaba,
unos ojos con enfermizo
brillo con sombras de
falsas pestañas.
No pudo ser niño
cuando tocaba, tuvo miedo
a la verdad de la vejez
que no engaña a la cámara
y anticipó su final
sin decir hasta mañana.