Ella se regocijaba
en una nube de humo
de su armado de vainilla.
Caminaba hacia un destino confuso:
Playa de piedras, yoga y maracuyá.
Su primer ex novio había sido un anarquista,
el segundo, posesivo.
Yo intentaba protegerla
de esa mezcla de terror
que habitaba fiel en mí.
Tomaba el café con ambas manos
y me miraba en cada sorbo.
Yo veía a cada sorbo
la cara de otra mujer.
Le dije que los sueños eran importantes.
Me dijo que ser dueño le sabía mucho mejor.
Se jactó de ser artista.
Yo de siempre haber sido
un porfiado amateur.
Su sabor Punta del Este
y sus aires all inclusive
discutían con mi sueldo
de bohemian boy frustrado.
El amor acaudalado
no pagaba mi alquiler.
Reconozco,
sin embargo,
junto a estas
nuestras diferencias
convivía un gran común:
Ambos amábamos,
por sobre todas las cosas,
hablar muy bien
de nosotros mismos.