Dándole vueltas y poniendo cabeza,
he descubierto que una de las mejores maneras
de escribir un poema es hacerlo sin pensar en nada;
mejor en la mañana...
O mejor pensando en la noche que el mañana no vendrá
y que entonces el poema no tiene intensiones ni misiones
o tal vez lo contrario...
Y que el tiempo que se emplea en escribirlo
hubiera podido ser el tiempo necesario
para pensar que muchas cosas pueden cambiar,
de modo que el poema entonces no sucumba
y pueda ser esa diminuta luz donde nace cada día
en medio de lo escuro, una mañana más.