Le llamaban ministro del trabajo,
porque siempre iba serio y calládo,
miraba al frente y nunca cabizbajo,
de milagro se libró de ser fusilado.
Oficialmente él, era solo un difunto,
no constaba en el censo de los vivos,
siempre salía a las once en punto,
era un fantasma huído de los archivos.
Fue en las tapias del cementerio,
donde no le dieron el tiro de gracia,
tuvo lo que se dice una gran suerte.
Éramos cómplices de su gran misterio,
olvidado por la inquisidora burocracia,
era un silencio vivo indultado por la muerte.