Caballero conquistador,
en tierras de lencería,
saco henchido al viento,
derroche de lozanía.
Trota noble corcel,
que entre tu piel y la mía,
no quepa filo de alfanje,
ni seda de alcaicería.
Te me clavas con despecho,
encendido como el cisco,
tu espera se le hace eterna,
a mi cielo de malvavisco.
Sutil brillo, carmesí esquivo,
que gobiernas inviolable,
la nave de mis sentidos
haciéndola frágil, vulnerable...
Y el verso húmedo envida,
se hace en la boca agradable,
esperando te reciba,
de aromas, interminable.
Desea, no seas modesto,
grita que me necesitas,
brota tu llanto presto,
sobre el mihrab de mi mezquita.
Luego monta el vuelo,
tras llenar mi hornacina,
persigue raudo el señuelo,
no dejes que me despida.
Líbrame de cadenas,
ataduras, mancebías,
sigue tu vida eterna,
y déjame con la mía.