El alma de la palabra es la verdad
en ella libremente aprisionada,
y cuando esta se ausenta
la palabra se asemeja a una flor
peregrina al viento
que ha perdido su fisonomía
junto con sus colores y fragancias.
Es como un río sin agua,
sin cuna y sin caudal,
que no viene
ni va a ninguna parte.
Es despojo que divaga
entre las fauces del carroñero.
Es piedra que ha perdido
la credibilidad del beso.
Es un no ser, ciertamente inexistente.