Disuelto el presente, vi
sustanciarse por partes a personas moradas,
blancas, sin color…
Con domicilio –o no– en las calles
de una ciudad proscrita
–casa a prueba de hogares–;
de ocupación testigos…
De la marginación constante de hijos
–hechos o por formar,
con el debido respeto, entre la séptima y octava vértebra–;
para conocer, desde aquel entonces,
que son producto de lo orgánico…
Un número tan solo, aunque vasto;
un certificado en el tomo de dos nombres…
Que se citaron…
Y se excitaron por causas indeterminadas…
¡Ciudadanía pura!,
que sirve para cumplir
las pretensiones de “gentes autorizadas”,
que proponen,
que establecen, si la vida es-fue-será
absoluta o interrumpida…
Que clasifican y disuelven familias enteras
o de uno en uno;
incluso, legalmente y según el oro
que tengan o deban al Estado.
Era un lugar irreconciliable… De abandono,
como un matrimonio basado en la hipoxifilia
de los cónyuges;
como un divorcio
casual de algas por falta de garantías
solares…
Y en medio de tanta copia de muerte
y en medio de tanto caníbal pormenorizado,
adjunta a las ruinas de la Gaia,
a sí misma se procreó, sin diplomas,
una mujer;
de veintinueve años, aproximadamente libre
de problemas familiares; y, en tal virtud,
se guardaron las horcas, se quemaron las actas…
Y los mapas muy viejos se jubilaron.
Y por primera vez en tres mil años,
contados desde el primer código legible,
se celebró una boda
sin sotanas, sin compromisos, sin velos…
y Dios, de pasada, recogida la barba,
solo sonrió.