Fabricio Terán

Sello

Disuelto el presente, vi

sustanciarse por partes a personas moradas,

blancas, sin color…

Con domicilio –o no– en las calles

de una ciudad proscrita

–casa a prueba de hogares–;

de ocupación testigos…

De la marginación constante de hijos

–hechos o por formar,

con el debido respeto, entre la séptima y octava vértebra–;

para conocer, desde aquel entonces,

que son producto de lo orgánico…

Un número tan solo, aunque vasto;

un certificado en el tomo de dos nombres…

Que se citaron…

Y se excitaron por causas indeterminadas…

¡Ciudadanía pura!,

que sirve para cumplir

las pretensiones de “gentes autorizadas”,

que proponen,

que establecen, si la vida es-fue-será

absoluta o interrumpida…

Que clasifican y disuelven familias enteras

o de uno en uno;

incluso, legalmente y según el oro

que tengan o deban al Estado.

Era un lugar irreconciliable… De abandono,

como un matrimonio basado en la hipoxifilia

de los cónyuges;

como un divorcio

casual de algas por falta de garantías

solares…

Y en medio de tanta copia de muerte

y en medio de tanto caníbal pormenorizado,

adjunta a las ruinas de la Gaia,

a sí misma se procreó, sin diplomas,

una mujer;

de veintinueve años, aproximadamente libre

de problemas familiares; y, en tal virtud,

se guardaron las horcas, se quemaron las actas…

Y los mapas muy viejos se jubilaron.

Y por primera vez en tres mil años,

contados desde el primer código legible,

se celebró una boda

sin sotanas, sin compromisos, sin velos…

y Dios, de pasada, recogida la barba,

solo sonrió.