Viene uno en el olvido
de la espera inconsolable
y mi cuerpo
danza sensible a su música de oro.
Castiga los murmullos
con desolación de su palabra
mientras mi calle tuerce
siguiendo su voz...
Imploro a la presunción inconmovible
que no soy avara de ternura
si su boca es la que llama.
No conocí el miedo
hasta mirar alejarse sus
espaldas
y el castillo
desmoronado a mis plantas.
Ya no seré su Reina Blanca
ni su Alfil, ni su Princesa...
Dejó acercarse
al humo
ensordecedor,
a la vera del alma.
Yamel Murillo
Las Rocas del Castillo©
D.R. 2017