Aquella noche de sábado
bailando en aquel jardín,
me aferraba a tu cintura
apretándote hacia mi.
De pronto paró la música
... continuábamos así,
mas por voluntad de ambos
la puerta nos vio salir.
Una vez en la vereda
por huir de las miradas,
echamos a caminar
por baldosas encantadas.
En ese dulce paseo
que me encendió como flama,
tomé el gusto de tu boca
fresco como una manzana.
Sensación indescriptible,
sabor que mantengo vivo
... pues jamás podré olvidar
que aprendí a besar contigo.
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Jorge Horacio Richino
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