A veces me encontraba estallando en llanto, se me nublaban los ojos y anudaba la garganta. Desesperadamente buscaba motivos que justifiquen tales desbordes. Pareciera que explicar las cosas las vuelve más livianas.
Pero esa tarde de nubes violetas me sorprendí a mí misma sonriendo. De esas risas que invaden la cara, toda, que dejan asomarse los dientes (de arriba y de abajo), que te achinan los ojos y desacomodan la mandíbula.
El cielo acongojaba sus lágrimas, para derramarlas minutos después.
Pensé en la felicidad, en el amor y en la muerte.
Y entonces llegaron esos \"minutos después\", me dejé penetrar por las tantas gotas frías que ya, lejos de ser contenidas, se dejaban caer con total libertad.
Pensé también, que a veces insistir en darle sentido a las vida, nos impide realmente sentirla.