Somos núcleo, somos cepa;
somos las abejas:
esclavas del trabajo,
obreras por instinto.
Si alguna llegase a despertar,
sería absorbida
y eliminada por la masa.
Entre plantaciones y arboledas,
desde los recónditos apiarios,
como mucílago y linfa mal dirigidas,
nuestra moral es la heteronomía:
\"La abeja haragana\" es nuestra biblia,
toleramos al zángano, néctar del clímax,
y en vano danzamos para una reina
dictadora y promiscua,
títere del aceite humano,
responsable del colapso apiscida.
(Consciente él, ignorantes nosotras,
de que en este altibajo pecorear,
las abejas son como las personas:
“canta en voz baja
si no quieres perder la cabeza,
porque la miel es nuestra amarga vida
y, la cera, el cirio de nuestra despedida\").