Cuando de un hilo pendía
mi vida, el bien más preciado,
por la que tanto temía,
la suerte estuvo a mi lado
y hace diez años, un día,
sin juicio, juez, ni jurado,
porque el azar lo quería
a vivir fui sentenciado.
Por mi cabeza bullía
el más funesto presagio,
la parca rondar sentía
mostrándome ya el sudario;
tras la inicial rebeldía,
y después de haber pasado
en vela noches y días,
me había al fin serenado;
revisaba mi pasado
y conforme me sentía
con lo vivido y había
mi destino ya aceptado;
por supuesto lucharía,
no estaba aún derrotado,
aunque el contrario me había
claramente aventajado,
también sufría mi gente
la incertidumbre a mi lado
por ella, en ser diligente,
y luchar seguí empeñado;
con su ayuda afrontaría
dignamente, resignado,
cuanto para mí tenía
el destino reservado.
quizá me lo merecía,
que tras de haber abusado,
del tabaco, ya temía
a la suerte haber tentado
y, como en la lotería,
llevando tanto jugado,
tocarme el premio podía
y, al fin, me había tocado.
Son las cosas del azar,
al que yo Azarías llamo,
que me colocó el marchamo
de candidato a acabar.
La cosa pintaba mal,
debido a mis averías
salvo que el tal Azarías
cambiara el sino fatal.
Y, en efecto, lo cambió
con su mano caprichosa,
y, con Fortuna, la diosa,
por salvarme se alió.
La salvación, en efecto,
me llegaba de la mano
de un experto cirujano,
que hizo un trabajo perfecto,
y al que debo agradecer
por aquella intervención,
que me dió la salvación;
forzoso es reconocer,
que hace diez años, un día,
sin juicio, juez, ni jurado,
porque lo quiso Azarías
a vivir fui sentenciado.
© Xabier Abando, 27/12/2017