De tus negros ojos de alegría, al alma mía,
no hubo nunca ni huracán perverso, ni río
turbulento que me alejara de tu existencia.
Como peregrina con mi amor, tu navío
surcó las tempestades de los mares
y tu figura se dibujó en un mar bravío.
¡Oh! vi crecer los océanos por tus collares,
de lágrimas a semejanza de perlas marchitas, fuera
de falsedades o de gotas semejantes a los glaciares.
Tu cuerpo de luz en grandeza austera,
se veía allá en lontananza, apagado,
lleno de dolor, dolor que en las nubes cayera.
Que cayera con las flechas del enamorado,
que atravesaran el corazón turbado,
en los ojos negros que siguieron a lo lejos al amado.