Mi alimento,
no es mi carne.
No es mi sangre,
mi sustento.
La fuerza que me conmueve.
Y que mueve mi esqueleto.
Radica en el corazón.
En sutiles pensamientos.
Se concreta en cada aliento,
que va impulsando mi vida.
Temblores,
que desde dentro.
Vibrando sueltan el freno,
que mis temores enquistan.
En una grácil cabriola.
La mente sortea el tiempo.
Penetrando en lo más hondo,
sin escuchar a mi cuerpo.
Viaje sutil de locuras.
Tararean en el cerebro.
Canciones de tiempos viejos.
Pero también de los nuevos.
Vivencias de colibrí.
Serpenteando sin techo.
Cristalinas torrenteras,
desembocando en el cielo.
Todo se queda pequeño.
Las ideas al infinito,
se proyectan sin quererlo.
En un inmenso caudal,
de pequeños pensamientos.
La vista,
ya se ha perdido.
Allende entre los almendros.
Y las mortecinas luces.
Titilan entre los cerros.
A. L.
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