Alberto Escobar

TentaciĆ³n

 

 

 

 

 

Nunca sintió en sus dedos la caricia de semejante metal,
torneado por las mejores manos que pudieran afanarse
en tan noble arte, como es el de la orfebrería.
La gargantilla que le deslumbraba sus ojos, de plata fina,
era de una pureza tal que su valor, que no su precio, era
inconmensurable, su sonrisa de deleite era un arco iris de
felicidad.
Se puso, en la intimidad de su casa, sus mejores galas para
calibrar el resultado que, de lucirla, podría imaginarse ante
los más exigentes amigos, que, de seguro, se desharían en
halagos.
Sus ensoñaciones son conjuradas por un repentino timbrazo.
¿Es usted Nuria González Urbaneja?
Sí, yo soy - dijo en un quiebro de voz, casi sollozante.
¿Puede acompañarme a comisaría, por favor?