Quedose el hombre apartado,
de la esencia que contiene.
Y así sin rumbo ha acabado,
sumido en la incertidumbre.
Como el gorrión atrapado,
en las redes que le tienden.
Mira el jilguero asombrado,
los barrotes que le frenan.
Y sus sentidos se atrofian,
sin la libertad que añora.
Y adaptándose a la cárcel,
en la que se ve encerrado.
Van diezmando sus esencias.
Va entumeciendo sus alas.
Pierde así la libertad.
Su condición más preciada.
Y así termina cantando,
en su triste situación.
Renunciando a los poderes,
que la natura le dio.
El Hombre ufano presume,
de tan colorido preso.
Del llamativo plumaje.
Y de sus hermosos trinos.
Demostrando de esta guisa.
Su diminuto cerebro.
Miserable condición,
en la escala evolutiva.
Y un gigantesco complejo,
de ser un ser superior.
Empobreciendo su vida.
Irradiando su reflejo.
Y así se va recortando.
La base de la existencia.
Amputando libertades.
Limitando los placeres,
al valor de los adornos.
Enquistando los cerebros,
con plata perlas y oro.
Limitando el pensamiento,
a los asuntos banales.
Dándole así al intelecto,
la condición de superfluo.
Y al corazón una llave,
para mantenerle preso.
El cantor se queda sordo.
Cuando ve como su voz,
va cayendo en saco roto.
Las palabras que despiertan,
con melodía a los dormidos.
Da verdad a los incrédulos.
Esperanza a los perdidos.
Valores casi olvidados,
en cavernas escondidos.
Y de ese modo se arruina,
la esencia de lo nacido.
Grita al viento, grita fuerte.
Pero despacio, despacio.
Que las palabras se entiendan.
Que empapen y que sorprendan.
Que el universo sea eco.
Que llegue hasta los palacios.
Que nadie tape su mente.
Y que atraviese lo muros,
de los más malhumorados.
Que inocule en los sentidos,
generosidad, no enfado.
De valor a la razón.
Amores al corazón.
A los necios la cordura.
Y a la vida dimensión.
A.L.
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