Yamel Murillo

RAÍCES AMARGAS, FRUTOS DULCES

Aprendí hace tanto, a vivir a destiempo del viento superfluo; aquel que asfixia y atosiga, impotente de dar aliento...

Aprendí a descifrar razones de poesía en las nubes grises y a justificar cada lágrima vertida. Supe vencer tibiezas con la verdad de los mares y de su sal purificar recelos al decantar el agua clara sobre áridas y solas estepas...

Aprendí que sin noches no habría mañanas; que sin la semilla de la incógnita, no se cosechan esperanzas; que la Vida está; que se larga cuando quiere y también se queda de buena gana...

Aprendí a oírme, mas no a escucharme en lo veleidoso del cariño propio; a negarle al ego el quebranto de todas las sonrisas y a mirar el cielo al cerrar de los ojos...

Aprendí de los niños lo que olvidé cuando fui uno: aprendí a ser uno de ellos para aprender a ser simplemente yo... sí, sólo yo, como ninguno.

Aprendí que las palabras pueden saturar libros; cubrir tertulias; exaltar atriles; ataviar ferias y plazas, pero no satisfacen jamás las almas.

Aprendí que lo que se calla o se da a medias, forma grietas interminables en las conciencias propias y heridas profundas en las ajenas.

Aprendí que para ver, debía cegar los labios contemplando la humanidad desde el abismo mudo de un juicio y arribar al estruendo del misericorde a través del trigo de sus manos...

Aprendí a decir \'no\' frente al espejo; a sortear las encrucijadas de los recuerdos y a decir \'sí\' al reflejo de mis adentros....

Aprendí que el vacío del más austero conocimiento, nos hace malos sin haberlo sido, incluso por derecho...

Aprendí que amar es solo un verbo cuando dejo al enunciado ser conjugado con el tiempo...

Aprendí que el odio me hiere y la lisonja me quema; que soy opulento al asumir mi pobreza...

Aprendí que para ser yo, tengo que ser tú primero; que mi voz no es, si estás tú tras el silencio.
Aprendí a sentir dolor con los poros de tu espíritu, para que mi sangre, tornada en compasiva, lo purificara...

Aprendí del gozo de saber que no soy inerte; ninguno lo somos.

Percibo tanto y tan fuerte que cuando ese todo es tan intenso, se siente más allá de la muerte...

Aprendí a estar sola rodeándome de millares de gentes pues para saberme o para saberte, hay que permanecer en medio de la intensa lumbrera de todos los seres...

Aprendí un canto al salir del sol y otro al pegar de la noche.
Un canto que se parece al tuyo; al de él; al de ella; al mío, al nuestro... pero sus notas resuenan si tan sólo, con amor lo interpretamos al unísono...

Aprendí que no me miro hasta que me miras... Que si te miro, me encuentro y si me pierdo, en tu mirada llega la calma al portal y me da la bienvenida...

Aprendí de la vida que siempre supe todo cuando justo nada sabía, excepto que te amo... y al aprenderlo tú conmigo, comprendiste cuánto es que te amas.

Aprendí de Ella, de ti... que a aprender es a lo que venimos; que importa menos el origen que la llegada y más el pan que horneamos, que el vino perdido...

Aprendí solamente a aprender.
La lección es perdón
y este es olvido
y al serlo,
si tuviésemos alguna mutua deuda,
juro que no recuerdo ya esa palabra...
ni siquiera su sentido.

 

Yamel Murillo

 

La llave.
Caleidoscopio©
D.R. 2014