Hay una figura
instalada en mi pecho
con presencia ciclópea de una estaca clavada
y vuelve con la fuerza de las mareas altas.
Es aquella mujer con su mano extendida
en la puerta del Metro
súplica viva
reclamando en su ruego
a nosotros
caminantes de paso
lo que el mundo le niega.
Una marca violeta en uno de sus ojos
señala la violencia
maltrato repetido.
Este círculo
me llevó a otro plegando escalofríos
donde conviven las sombras de los platos
y lechos hacinados con vahos descompuestos.
También hay niños con mirada de adultos
y moscas zumbando
en forma impertinente.
Esa mujer…
Esa mujer…
Es una cruz en el Metro.