Sí, cerida,
vos así lo cisiste,
porce\'l día en ce más sangraba mi erida,
vos más la abriste.
Voi \'ablarte con mi poesía,
ce será simple,
senzilla,
no me apoyaré en formas,
ni en métricas ni simbolojías,
tampoco cuidaré del ritmo,
ni de sus fantásticas cacofonías.
Porce mis palabras,
aunce sanado el corazón de la dolenzia,
ofrezerte este verso como favor,
lejos ya del ardor,
se empeñan en ser escritas sobre la lumbrera.
Son, pues, palabras del alma
no para razonar
sino para ce sepas lo c\'es el amar.
Como l´urraca,
ce coje una rama por navaja,
prezisa inzisión acometiste,
con tus alargados ojos me vistes,
me sopesaste, urraca,
“No valía”, dijiste,
ábil, sagaz i traizionera,
la espalda,
riéndote en mi propia cara,
me diste.
Cé feliz se escuxaba tu risa,
i tus pasos lijeros de muxaxita
resonaban
suavemente
en acel blanco i duro pavimento,
en acella larga azecía,
tu mano en la suya,
tu cabeza en su pexo,
mis otrora besos
a su boca llegaban lento,
i acel espectáculo, arpía,
bien montado,
bonito i mui de tu gusto,
a mis ojos lo ezenificabas
con gran talento.
Cé días ésos en ce me llovía,
bajé a los fondos del Ades
i su cofradía,
dolía, sí,
cemaba la piel, sí,
ardía, noxes i días,
eternas parezían las oras,
el rostro arrugado zanjo miles de estrías,
el cuerpo,
caído,
sufría,
el Infierno mismo me consumía.
I vos, urraca,
con tus alas abiertas dezendías,
clavabas tu pico en mis vízeras,
el ígado,
la vesícula,
o, cé agonía!
A muxos llamaste i se te sumaron,
mi cara con satisfaxión
pisaban,
me escupían, me insultaban,
“!E ací al inútil,
al caído bueno para nada!”.
¡A, cuantas maldiziones
no atronaron sobre mi coronilla!
Ja, ja.
De pronto,
¿Cé´s esto?
Una jigante mano irrumpe
por entre las llamas desde los zielos,
me atrapa cuando al Tártaro último voi cayendo.
Me rescata,
me alza,
me dize con dulzura:
“Vení conmigo,
para dar una lexión te tengo”.
Entonzes aziendo,
se abren las nubes,
i\'l mismísimo Dios Único diviso.
“Tus pecados t\'an sido perdonados,
limpio de cadenas i maldiziones vas a la Tierra,
d\'entre todos mi Adalid sos,
el señalado.
No temas más,
c´aora a tu paso los obstáculos caerán
i a tus enemigos,
los Míos cuáles fueran,
como bancillo de pies te servirán”.
Me convertí en león,
en devorador.
Mis ojos brillaban como\'l Sol,
mis brazos,
gruesos,
crujían de poder,
se me ensanxaron los músculos del pexo
i se me partían las fibras de las piernas al correr.
Mi Dios me transformó en Sansón,
en Éracles,
en Lempira,
“O, cé vigor d\' ombre,
cé belleza tan masculina”.
I cé dezir de mi bendizión,
me envolvió la riceza,
el oro,
la plata,
el diamante en bruto, la seda,
las mácinas automotrizes cualquiera me pertenezía,
orlado en la frente de perlas
i mis pies con sandalias d\'oro cubría.
Era mi retorno a la vida.
I me viste de nuevo,
pasear junto a las mías,
frunziste\'l entrezejo, me sonreíste.
Tu corazón se volvió azia mí,
“Cé bello!”, prorrumpiste.
Yo sabía ce volverías,
ce t\'incarías de rodillas,
ce,
tonta,
por el otro nada sentías,
ce me suplicarías,
lo sabía,
ce te perdonaría,
lo sabías,
ce te daría mi mano,
lo sabía,
ce te \'estrexaría en mi pexo,
lo sabías,
¿cé te azeptaría de nuevo?,
o, ¿éso?,
sí, bueno,
¿no t´abía dixo ácaso ce no te rezibiría?
¿Por cé?
Antes perdóname\'sta inútil moraleja,
escuxa entonzes mi voz:
El amor verdadero se demuestra
cuando los tiempos malos son,
porce\'n la riceza
asta\'l perro instigador te ama,
pero en la pobreza
encuentra uno al ce ziertamente es rico del alma,
acél c´auyenta
sabiamente
a las arpías,
i aunce duela,
porce, a fin de cuentas,
vos así lo cisiste,
cerida mía.