Había un monte llamado el Otea. Y existe una leyenda la cual, es y será por siempre: -“la mujer que se case en el monte, tendrá las lágrimas de Otea”-. Otea, era una muchacha que en el día de su boda el novio la abandona por otra y Otea en su gran tristeza llora las lágrimas de Otea en el monte de Otea. Y llega ésta muchacha de turismo internacional para el deleite de sus vacaciones y no saben qué… que las lágrimas de Otea no se calman ni con la angustia de saber que las lágrimas yá se secaron porque dicen que esa leyenda no existe más. Cuando llega la muchacha al monte Otea, escucha un sollozo y tan natural que se dice que eran las lágrimas de la muchacha en un futuro no muy lejano. Y ella cree, que son las lágrimas de la leyenda de la muchacha Otea. Se dice que, se quiere casar con un joven de la ciudad llamado “El Monstruo de Luitio”. Y se debate entre la risa y el llanto un comentario de que será dejada como Otea en pleno altar. Y la muchacha no se da cuenta que podría ser verdad como lo que le sucedió a Otea. Las lágrimas de Otea, se callan por esta vez, con un silencio voraz como el tiempo. Con el desenlace del deseo, cuando se debate entre la espera más amarga de un desafío. La muchacha ataviada con su ajuar se llena de ilusiones perdidas cuando no se pone el velo en el rostro y el marido, el que iba a ser su marido, la abandona plantada en pleno altar. Y caen las lágrimas de Otea en el monte de Otea. Y la muchacha no entendió la leyenda y así, quiso casarse en pleno monte de Otea. Sólo el silencio se llevó el viento en que no se calmó ni la espera. Y aquí, sólo sucedió lo que dejó ver en la razón. Cuando se enamoró perdidamente de un joven, el cual, quería a la muchacha, pero, fue mayor su deseo que su amor propio. Y sintió un desprecio autónomo, y quiso ser más o menos de lo que esperaba y cayeron de nuevo las lágrimas de Otea por el rostro que al igual que Otea no se consumó el matrimonio. Y quedó sola después del desenlace nupcial que se aconteció. Y las lágrimas de Otea cayeron por siempre en el rostro de la muchacha. Como socavando en la piel lo que era un tiempo sin relojes de vida. Y las lágrimas de Otea, quedaron por siempre en el camino de la muchacha cuando sin saber ni dónde ni cómo ni cuándo las lágrimas de Otea quedaron en sus ojos por derramar llanto antes de un enlace nupcial.
**~FIN~**