¡La Baronesa de Vallespin estaba deliciosa...!
Sentía el joven Jacomo Casanova cómo ese pensamiento
bombardeaba sin solución de continuidad sus más íntimos
murallones de contención, que amenazaban derrumbe.
El Matrimonio Secreto, de Domenico Cimarosa, hacía de telón
de fondo al cortejo que desde que la baronesa le fue presentada
se cernía como halcón de mal aguero, dirían las malas lenguas...
En el apogeo del tercer acto, cuando el paroxismo de la trama
se extendía sobre la platea como el véspero sobre el cielo,
osó depositar su blanquísima mano sobre tan torneada rodilla,
que principió a temblar como los bastiones de Jericó al estruendo
de las trompetas de la lujuria.
Lejos de rehusar el atrevimiento, la Vallespin, haciendo honor a su
mombradía en las bajas artes, tomó la mano del asedio y la acercó
a los arsenales, deseosos de fuego que lo hagan saltar por los aires.
Con una mirada de inteligencia, decidieron suspender la audición
para retirarse a sus aposentos.
Lamentaron tener que perderse el desenlace de tan sugerente ópera,
pero irrumpieron urgencias que no admitían demora.