De la casa de Castelar no me acuerdo nada, o casi nada, por ahí el sonido del tren cuando pasaba frente a la ventana del comedor, o la sombrita en el jardín en verano con el olor del jazmín, y el Chapulín Colorado. Y de golpe, como ese clima de angustia, mamá, mi vieja, bah, que lloraba por los rincones, esa desesperación como de que el mundo se acababa, y ¡zumm! rajar a Chile, yo tenía cinco años, cumplía seis ese febrero, qué me voy a acordar.
En Santiago empecé la escuela, hice una punta de amigos, pero en casa siempre ese clima como de que de-eso-no-se-habla, de pasar de canal cuando en la tele pasaban alguna noticia de Argentina, esas cosas de conversaciones entre el viejo y mi vieja que se decían entre líneas, en código, y yo que las escuchaba y que sabía que no eran para mí, que eran cosas de grande, misterios ocultos, que no había que preguntar.
Al año, paf, de vuelta a Buenos Aires, y otra vez el desarraigo, otra vez ese como escaparse, porque yo era un pendejo pero las cosas se sentían, yo me daba cuenta medio en la piel, viste.
-Me parece que me estás contando mi vida. A mí me pasó más o menos lo mismo, nada más que en Marsella. Mirá que simetría.
-Si... pero es una simetría como de espejo, porque tu exilio fue el exacto revés del mío, hasta en la época, vos volvías y yo me iba.
-Yo volvía y vos te ibas, si. En el ochenta y cuatro. Pero seguí, contame...
-Qué se yo, qué te voy a contar si el que quiere escucharte a vos soy yo.
-Contame de la oreja.
-Ah, yo siempre de pelo largo, de guacho tenía unos rulos, bah como ahora, pero siempre me peinaban con unos bucles largos, y yo sabía que era para tapar la oreja, pero ese era otro tabú, el tema de la oreja que había que taparla, había que esconderla, era una deformidad, me entendés, no que fuera una cosa pero no-había-que-preguntar.
Y así fue mi infancia, siempre tapándome la oreja. Nunca nadie me preguntó nada, te imaginás, pero ése era el tema, que nadie preguntara, que había cosas que eran secretos que tenían que quedar en casa, que no tenían que salir, que nadie se tenía que enterar. Como el laburo del viejo, ahí tengo una historia, querés historias, ahí va una. Un día en la escuela preguntan la profesión del papá, yo no sabía de que laburaba mi viejo y puse “policía”. El tema es que se hizo medio revuelo entre los pendejos, porque el viejo de uno era policía, me entraron a preguntar cosas, que se yo, se metió la maestra, todo mal. Cuando llego a casa y cuento, zas, mi viejo me recagó a trompadas, se armó alto quilombo con mi vieja que gritaba y lloraba. Ella también cobró después, pero mal, y yo me sentía tan culpable, no sabés. Nunca más se habló del tema.
Después vino el divorcio, otra época tétrica, salir escapando, el hogar. Fue una época de mierda en la que todo era pura paranoia, si te preguntaban algo en el colegio había que mentir, porque si se escapaba algo aparecía de nuevo el viejo y mi vieja era boleta, no es joda, el viejo la hacía cagar. Imaginate. Yo ya era más grande y la tenía muy clara que la vieja se jugaba la vida conmigo, y ahora que sé lo que sé, con más razón... No es que la defienda, al fin y al cabo, hija de mil putas
-No, no hablés así, Javier, aparte de todo lo que está mal tenés que revalorar las cosas de tu vida que están bien, tu vieja como vos le decís también fue una víctima, y por ahí hizo cosas que te hicieron mucho bien en tu vida, vos sos como sos en parte por ella, y esto que me estás contando, fijate que tu vieja se jugó la vida en parte por vos también, a vos también te salvó por ahí la vida.
-Es todo muy confuso
-Date tiempo, ya te vas a encontrar a vos mismo, son muchas cosas nuevas. Y yo no vengo a ocupar tu vida, yo me vengo a sumar.
-Todo bien...
-Seguime contando
-No sé que más contarte, después de un tiempo las cosas se fueron normalizando, nos vinimos a vivir con la vieja a esta casa donde vivimos ahora, yo empecé la facu, no sé, vida normal, qué se yo, o por ahí no me doy cuenta de las cosas que no eran normales, de los temas que nunca se hablaron, de las cosas que no se contaban afuera, de los temas tabú, pero por un lado era lógico, con mi vieja fugada, siempre la amenaza de que apareciera el viejo y la encontrara... como me encontraste vos...
-Por la oreja...
-Por la oreja. Pero yo ya te conté mi vida, y ahora quiero que vos me hables de mamá.
-Es que yo tampoco casi no la conocí. La imagen de mamá que tengo es la imagen de una ausencia, yo tenía tres años cuando la chuparon. Yo crecí con la esperanza de que un día la iba a encontrar, la iba a abrazar, a esa mujer mítica, a esa heroína que me pintaban los tíos, los tíos eran todos además de mis tíos, dos por tres venía gente de Argentina que yo no conocía pero que habían conocido a mamá, gente que me hablaba de ella y me la pintaba como lo que seguramente fue, una mina excepcional, así la describían invariablemente, una mina excepcional. Y yo crecí esperando el momento de volver de ese país que yo sabía que no era el mío, de volver a un país que me era más ajeno que Francia, pero que yo sabía que era el país donde estaba mamá, en donde iba a encontrar a mamá. Cuando volvió la democracia volvimos como tantos, y yo me dediqué la vida, sabés, a armar pedazo a pedazo a esa mujer.
Pude reconstruir con los testimonios de los que estuvieron secuestrados con ella en Seré lo que fueron los últimos momentos de mamá. Por ellos supe que vos existías, que yo tenía un hermano que andaba por ahí dando vueltas, sabés la sensación, saber que tenés un hermano por ahí y no conocerlo, saber que un pedazo de mamá andaba por ahí sin que yo lo conociera, un pedazo de mamá que es como decir mamá misma, que estaba ahí y que yo tenía que encontrar.
Y así supe, porque mamá se encargó de hacer que los demás lo supieran, porque en ese momento en que ella se enfrentaba a la muerte tuvo los huevos enormes, impresionantes, de hacer lo poco y lo inmenso que podía hacer, de dejar un mensaje para vos y para mí, como una botella lanzada al mar, en esos pocos minutos que pudo tenerte con ella antes de que te arrancaran de sus brazos, antes de enfrentarse a esa muerte injusta e inexorable que era como su destino, esa muerte que fue de tantos y que fue de ella, tuvo la presencia de ánimo de cometer ese acto antinatural y terrible si querés, de morderte dos veces la oreja izquierda para, veinticinco años después, a través de mí que soy tu hermano, regalarte como te regaló la vida entonces, regalarte esta vez tu identidad.
F I N
Rafael
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