El estruendoso fragor del infinito sacude mentes que eluden
pensar en lo que absorbe espejos y anuda las conciencias, y está
a la vuelta de una esquina y cada tanto asoma de reojo su faz,
para que no lo olviden. Se siente como estigma ajeno a lo vital,
ese alud de roca y lodo imaginario que parece ser agravio,
injusto final que marca frentes y en tinieblas raspa el alma.
Tal vez no sea tan horrendo lo que tanto horroriza y pueda
ser luz placentera e invisible. Infinita candela, esencia pura.
Hablar del infinito es dejar que broten palabras que ignoran
lo que significa en sí lo eterno. Y el miedo lleva implícito lo que es
desconocido. Si la nada allí estuviese yo estaría temeroso de ser
esa nada, dueña del silencio. Pero prefiero bien pensar
en lo insondable del misterio y lo encuentro altamente fascinante.
Está allí, vertical certeza que será luz un día o para algunos
la ausencia eterna.
De mi libro “De trazos del borrador”. 2017 ISBN 978-987-4004-51-2