Hoy comprendo algunas cosas
que antes de tan ciega no veía
cultivando una blanca rosa
en el jardín de mis días.
Rosa que sin entender las razones
en espinoso cactus se convertiría
hiriendo con sus hilos punzantes
a quien tanto la quería.
Sentía ciertas sospechas
de su fiera maldad escondida
con sus intrigantes maneras
y desprecio a la vida.
Era de belleza inmaculada
y su presencia pura porcelana
mecida al viento en la alborada
cual un revuelo de campanas.
De pronto cambió de color
y se presentó ante mi tal como era,
presuntuosa, sin encanto ni fulgor,
ensombrecidos sus pétalos de primavera.
Me costó tiempo entender la transformación
de aquella rosa que un día en el estío nació.
¿Cómo podía ser tan mezquina de corazón
siendo su vida un regalo de Dios?
Al fin abrí los ojos para ver con claridad
y dolida de su manifiesta malignidad,
la arranqué de un tirón sin piedad
recobrando al fin la tranquilidad.
Fina