Una colonia entre verso y prosa
Mi madre es una tierra que cultiva peces de hojalata;
peces coloridos y sin agallas, nadando en los anzuelos del mojón.
Un sol amargo extiende en oleos frescos su carne iconoclasta
y pone en la subasta los últimos cardúmenes por todo su bastión.
Es mío, insinúa el indio mudo levantando su arrugado tarjetón, mientras acaricia en el interior de su boca la lengua lacerada; su lengua del montón.
¿Qué es lo que piensa el indio con su lengua en el rincón?
¿Qué es lo que piensa al indio con su imperio de señor?
¿Reniega acaso por su madre casi muerta?
Mojón, mojón, mojón.
-Dígase pues hombre… y estoy en mi derecho. Que sí, soy negro y traigo mis cadenas guardadas en cajón-.
-Yo pago todo el precio. Dispense mi retórica, y traigo esclava de oro del último aluvión. – Revise usted señor-
¿Qué es lo que sueña el negro y su cadena en el cajón?
¿Acaso sueña el oro de Midas el señor?
Cadenas tengo puestas.
Mojón, mojón, mojón.
Tronó la voz del prelado, alto, gordo, colorado; bien blanco y con pinta de adinerado.
-“Pónganse los árboles en fila, yo el señor de las siete leguas, tengo cuajados doblones y hago la compra inmediata. Es menester que peces de hojalata llenen pronto mi casa y que no me traten de bribón”-
-Vendido, vendido, vendido-, muy seguro de sí, el rematador, tres golpetazos en la mesa y puso en manos la remesa…
¡Es bien antigua la solución!
¿Qué es lo que sueña el hombre que eleva su oración?
¿Acaso piensa razas de poner en su portón?
¿Acoso no le estorba su blanco cobijón?
¡Esto es un asunto de menuda observación!
Martí ya se los dijo: bribón, bribón, bribón.
Cadenas siguen puestas
Mojón, mojón, mojón
Racsonando ando