Ana, acaba de llegar esa mañana primaveral. Es su primera vez en París, tras caminar unas calles entró a un pequeño bar de la Rue Lamartine, eligiendo una mesa junto al ventanal. Tal como le indicara su amante, expresamente.
Junto a ella, en la mesa contigua, una señora mayor lee el diario y no oculta su atención al mirarla.
Ana a los treinta años, ha tomado como propia su vida y la lleva por la calle de sus impulsos, dejando Buenos Aires atrás, entre las nieblas que impidieron que vea las últimas imágenes de su tierra, al despegar desde Ezeiza ese frío atardecer de otoño.
En Argentina, dejaba su historia, al menos eso pretendía. Una vida como tantas, niñez de barrio, los estudios en la universidad de una carrera asumida como todas las cosas que hizo, con la pasividad de quién solo está sin poder ser.
A los veinticinco, se recibió de arquitecta y de amante, con un compañero de estudios unos pocos años mayor.
Las dificultades económicas, fueron como un cáncer que hizo metástasis, en todo lo que los unía.
Dos años atrás, por internet conoció a Wilhem Stern, un holandés dedicado a los negocios inmobiliarios.
Fueron dos años con intenso intercambio, en el que fueron hilvanando sus vidas emocionales, hasta que surgió la posibilidad de encontrarse en Paris, ya que él viaja continuamente por su actividad.
Ana, ese jueves, esperó a Carlos, en el departamento con las valijas hechas, al lado de la puerta, las dos valijas donde podía llevar su vida, todo lo que tenía.
Cuando entró Carlos, el silencio llegó al infinito, mientras se miraban sin poder articular palabra.
En un momento, ella le dijo que se iba y él no respondió ni reprochó, solo se desplomó en la silla y comenzó a comer lo servido en el plato
con la mirada fijada en la nada.
Fueron unas horas de angustioso silencio, hasta que a las seis de la tarde, tomó las valijas y dejó el departamento.
Ya ha pasado media hora y dos cafés, Ana con ansiedad mira por la vidriera, si ve a su amado, él quedó en llegar y desde allí ir al hotel.
Buscando en su cartera, la agenda donde tiene la dirección del Hôtel de L´Océan. Es entonces, que suena el celular y escucha la voz de Wilhelm, disculpándose por la demora, sus asuntos son muy complejos y le retendrían unos minutos más.
Ana solo piensa en su nueva vida, el torbellino, la novedad, el amor obsesivo que siente por su amado. La angustia de la separación, el viaje, todo lo vivido y dejado, todo lo que va a vivir y tomará del futuro.
Ya Wilhelm, le había anticipado que nunca estaba mas de una semana en París, pero que por razones de logística, siempre triangulaba su actividad con periódicas estancias en París.
Había pensado que ella se alojara en el hotel, hasta que encontraran el lugar ideal, quizá un departamento en el centro mismo de París.
Esa sería la actividad que le dejaría encomendada a ella tras la semana que compartirían por primera vez.
Él le decía que prefería un petit hotel, que tuviese estilo, donde pudiese tener reuniones y pequeñas fiestas de negocio. Ana debería decorar adecuadamente el lugar. Siempre destacó que el dinero no era el problema y que demandaba por sobre todo calidad y buen gusto.
Ella tenía la preparación profesional, para realizar esa tarea, pero aún así temía no estar a la altura y nivel social que demostraba tener Wilhelm.
Ana temía ese primer encuentro, le aterraba no gustarle como mujer, no estar a su altura, no conocía mas que Buenos Aires y una vez que en viaje de egresados, fue a Bariloche. Él viajó por todo el mundo, aveces por lugares exóticos y otros que evitó describir, en los mails que periódicamente le mandaba.
Una vez, Wilhelm, fue a Buenos Aires, pero por acontecimientos fortuitos, no pudieron encontrarse, ese día temió enloquecer caminó por horas por ese lugar, hasta que regresó al departamento donde Carlos, ignorante de la situación la recibió preocupado por su ausencia.
La mujer anciana, vestida de verde, mira por la vidriera cambia su expresión, arrugando la boca como si fuese la boca de un hormiguero
pintado de rojo,con dos ojos que fueron azules y hoy apenas llegan al gris. La mujer toma su celular y habla pocas palabras, para continuar leyendo la misma página de Le matin que leía hace dos horas.
Ana sobresalta su intuición, al ver detenerse a un vehículo negro, del que descienden dos hombres, que miran alrededor y que finalmente abren la puerta trasera, para que descienda Wilhelm, quién ingresa al bar con una sonrisa y un ramo de flores rojas.
Los hombres, se ubican en una mesa próxima a la puerta, mientras otros dos ingresan y sin discreción alguna, revisan el lugar y hablan con el personal, para ingresar y controlar las dependencias interiores del bar.
Ana se levanta y acude a su amante, confundiéndose en un abrazo
toma las flores y las huele con infinito placer.
Wilhelm, le toma el brazo y al oído le dice algunas cosas, mientras abandonan el bar.
Suben al vehículo, mientras los cuatro hombres abordan otro que esperaba detrás.
En el bar solo queda la anciana, que dobla el diario y se retira calle arriba buscando las pocas sombras del mediodía.
Esto es lo último que se sabe de Ana, la arquitecta de Buenos Aires
Se comenta que…, ¡no!, no conviene que se divulgue la historia de la nueva vida, de la que fue Ana de Buenos Aires.