Su sola presencia me hace temblar.
A veces es un temblor suave, un escalofrío que me recorre entera.
Otras hace que me estremezca en sobremanera y me acerca al borde de la convulsión.
Desde el principio quiso llevarme con él.
Viene a visitarme durante el día o la noche. Cuando el sol lo baña todo con su luz o cuando la lluvia nos obsequia sus perlas de agua.
Hoy he decidido acompañarlo.
El paso del tiempo, que se refleja en mí, me indica que llegó el momento.
Y me dejo llevar.
El me abraza suavemente y siento que comienzo a volar.
Un vuelo en descenso suave, adornado con algún giro que hace que todo dé vueltas a mi alrededor.
Descubro la libertad…
Me deposita delicadamente sobre la hierba.
Y paso a formar parte del manto ocre que alfombra el bosque.