Tengo cabeza de león y manos con aletas
porque soy hijo de las selvas y del mar.
Fundador de míticas ciudades
donde las mujeres,
altas y esbeltas como las palmeras,
embriagan al viajero con sus mieles tibias.
Domino las cumbres donde habitan
los dioses y las águilas reales,
igual que los abismos donde sufren
sus tormentos los eternos condenados.
Mi daga es de filo inevitable
sobre las cabezas de mis enemigos,
porque todo lo conozco y lo gobierno
con mi fuerza de cíclope salvaje.
No me destruyen el fuego ni la lluvia,
menos la envidia y la bajeza humanas.
Alto en los cielos observo complacido
los estragos de la guerra, y más aún,
los despiadados incendios del amor
donde crepitas como una simple hoja
desprendida de mis complejidades.