Yo quiero declarar lugar sagrado
ese rincón bendito que frecuentas
y el banco del andén donde te sientas,
en cuanto ya del tren te has apeado,
en la estación de metro de destino,
muy cerca del lugar donde trabajas,
cuando, con tiempo y ganas, te relajas
y por mí haces un alto en el camino
y, en el bendito banco ya instalada
y el móvil en tu mano femenina,
prolongas nuestra charla matutina,
soltando alguna que otra carcajada
si surge alguna cosa divertida,
o en tu imaginación brota la risa;
del andén, lo más bello es tu sonrisa,
tal vez para la gente inadvertida.
Lugar bendito el que te da cobijo,
que de tu risa cómplice se torna,
si, de ella enamorado, te retorna
el eco con discreto regocijo.
Lugar sagrado aquel donde tu tiempo,
que siempre es oro, en escuchar ocupas
las cosas que te cuento y te preocupas
e inquieres cómo estoy, cómo me siento.
Lugar bendito es ese en que florece
la flor más bella del ciberespacio
y, pese a la distancia, hondo y despacio,
yo aspiro la fragancia que me ofrece.
Lugar bendito aquel desde el que vuelan
palabras que, si bien callan tus labios,
se encargan de escribir tus dedos sabios,
dictadas por tu mente y se me cuelan
en el alma por todos los resquicios,
resonando cual música divina.
Sin duda, esa es mi droga matutina,
el más irresistible de mis vicios.
© Xabier Abando 16/12/2016