Cazadora de hiedras
se casó con la belleza de un espíritu.
Para ello,
desenredó expulsando
violencias viscerales;
puso en rumbo sus entrañas.
Aro musicologías e hidroterapias,
sembró sobre sequedades,
recogió una serenidad,
que venció a la niebla
la tenía cautiva, entelada.
Pauso la vulgaridad
que cruel,
la empujó vejando,
exprimiendola,
enmudeciendo suertes y portentos.
Tercamente amo,
odio inservibles contratos,
revivió cooperando,
esforzandose cada día,
se apartó de claustros,
de miedos y conventos,
de condenas,
de señales que la mantenían
como culpable,
presa de pánico.
Ya era el tiempo,
de dejar atras ataduras y latigazos.
Soño confluir con la ilusión,
con una esperanza
sin armas ni guadañas.
Reunió a la arena y al pasto,
encontro vitaminas,
el justo alimento,
la palidez tuvo color,
su invierno fue abril,
agua de mayo.
Halló la sabina,
a la savia,
la leche,
el pecho.
Los pasos,
el camino,
el cobijo,
la ductilidad de una vida dotada,
sin estereotipos triviales,
sin ser fuego
llego a ser brasa.
Antes; añoró,
vagó solitaria,
removió sus adentros,
buscó por fuera
y encontró la sapiencia,
en la que no cabía
ni ruido ni estridencia
la del saberse,
escalón tras escalón,
gratamente acompañada.
Trabajó su iniquidad,
secularizó descansos;
tañió de su oscuridad,
la luz del día anhelado.
Encontró refugio
escuchando su interior,
atendió inquietudes,
se respondió de a pocos.
Contrastó soluciones
en respuestas suyas
y de muchos otros.
Sincerándose
se cubrió con un estribillo,
prudente, vital y explosivo,
visualizó nuevas tierras,
continentes convergentes
y en la extensión,
de su ser profundo alzado,
sanó.