A veces la soledad golpeaba mi puerta, se sentaba a mi lado y mientras yo bebía un café le contaba las desgracias de la absurda vida que me envolvía. La soledad era la que después de todo , de mis malos tratos , de mi locura a un nivel elevado, era la única que insistia en quedarse.
Yo contaba con ella cada vez que algo en mi ocurría, a veces la detestaba por llegar e instalarse una semana (quizá más) y no querer irse, por llegar temprano cuando yo quería que todos a mi alrededor desaparecieran.
Pero insistía en acompañarme en mis noches tristes, en mis días soleados y en las tardes en el que solo los colores eran opacos.
La soledad era la que después de todo me invitaba a ser feliz.