Está triste la princesa
Sus ojos esplendorosos
no lucen hoy tan hermosos,
nublados por la tristeza,
un mohín de desencanto
le confiere un gesto lacio
y no se escucha en palacio
su siempre armonioso canto.
A sus próximos, ayer,
expresó el claro deseo
de ir con ellos de paseo,
al punto de atardecer,
para juntos disfrutar
del perfume de las flores,
cantar con los ruiseñores
y felices retozar
hasta la puesta de sol,
por ver cumplido su antojo
de ver teñidas de rojo
las nubes en su arrebol,
pero, cercano el momento,
por cuanto a la corte atañe,
no encuentra quien le acompañe
la princesita al evento:
todos se muestran remisos,
o no están ya disponibles,
pareciendo ineludibles
sus distintos compromisos
y hasta un caballero andante,
ayer un tanto indeciso,
comprometerse no quiso
para hacer de acompañante.
Desolada, la princesa
apela a su prometido,
que su pena ha compartido,
y por calmar su tristeza
y contentar a su alteza,
que es, con gran seguridad,
su más clara prioridad,
se ofrece con gentileza
para ser su acompañante
y, tras un cálido abrazo,
le tiende gentil su brazo,
en un ademán galante
y allá se van, en pareja,
tan felices, al paseo,
satisfaciendo el deseo
de la dichosa princesa
y en un colmo de favores
del caprichoso destino,
va encontrando en el camino
sus amistades mejores,
que han alterado sus planes,
con loable gentileza,
por complacer a su alteza,
compartiendo sus afanes
y hasta el sol que se escondía
entre nubes, muy adentro,
también le sale al encuentro
con la cara enrojecida.
De alegría desbordante
radiante está la princesa,
atrás quedó la tristeza
que apenaba su semblante,
su encantadora sonrisa
maravillosa, adorable,
del modo más inefable,
expresa su enorme dicha.
© Xabier Abando, 20/10/2016