Me tienes en tus manos, como una madre a una cria, detectas mis pasos con solo sentirme, absorbes la brisa que expulsa mi esencia, me enredas entre las dudas, tejes conmigo la incertidumbre...
Así mismo, con la otra mano sostienes el tiempo, eres y serás ese invierno presente en primavera, fría como una vieja ola que no se deja atrapar, inalcanzable como una nube gris e inolvidable como una historia del olimpo, pagana y sin dioses...
Eres desierto en mi estadía, eres lluvia oxidada en mi cielo, veneno en mi sangre, y nostalgia en mis ojos... ¡Mira mi temple! Perpetua por siempre, cargando con desvelo a mi alma ceñida y confusa por ti.