Me sacudes, me inundas y me humillas,
remueves mis más profundas raíces
cuando el fiero rubor de tus matices
se refleja en mis pálidas mejillas.
Reclamas tu presencia sin recelo,
estallas, te derramas como el oro,
haciendo de lo público un tesoro
te atreves a intentar tomar el cielo.
Cuando vienes y conviertes mi día
en una estampa de arte impresionista,
de inaudita belleza cotidiana
y después te vas, me dejas vacía,
con el único consuelo provista
de que volverás conmigo mañana.