Cuando me siento al teclado para escribir algún cuento,
yo no persigo la rima, ni siquiera que sea un verso,
escribo lo que me alegra, lo que me satisface y divierte,
también lo que me preocupa, de lo que habla la gente.
Se acumulan en mi mente y me brotan las palabras
como brota el agua clara en un riachuelo incipiente,
no entiendo de alejandrinos ni consonantes ni asonantes,
solo escribo lo que siento, lo que me sale del alma,
como escribía mi abuelo tomando un vaso de vino
las tardes de glosa fina en la taberna del pueblo.