Inauguraba el día con arpegios
a las cinco puntualmente
y cuando empezaba esperaba
respuestas inteligentes
de otras sombras aladas.
Luego lanzaba una frase musical genial
inaugurando el concierto.
A las cinco y treinta el aire
se llenaba de allegros y allegrettos
y nadie en el barrio podía recuperar el sueño
hasta que el sol le ordenaba callarse.
Tan fuerte era el estruendo.
Compositor y director de orquesta
sus compañeros contenían el aliento
cuando él se detenía
- era un maestro especialista en silencios -
y respiraban aliviados si les daba
la clave para continuar el concierto.
De pronto desapareció
la orquesta se desbarató
y los árboles quedaron pensativos.
Los vecinos ahora duermen hasta que el sol bosteza
y poco a poco comienzan a olvidar
el hábito de esperar
los atisbos de la luz despiertos.