Franklin Sandi

El pájaro del ciruelo

 

 

Inauguraba el día con arpegios

a las cinco puntualmente

 

y cuando empezaba esperaba

respuestas inteligentes

de otras sombras aladas.

 

Luego lanzaba una frase musical genial

inaugurando el concierto.

 

A las cinco y treinta el aire

se llenaba de allegros y allegrettos

y nadie en el barrio podía recuperar el sueño

hasta que el sol le ordenaba callarse.

 

Tan fuerte era el estruendo.

 

Compositor y director de orquesta

sus compañeros contenían el aliento

cuando él se detenía

- era un maestro especialista en silencios -

y respiraban aliviados si les daba

la clave para continuar el concierto.

 

De pronto desapareció

la orquesta se desbarató

y los árboles quedaron pensativos.

 

Los vecinos ahora duermen hasta que el sol bosteza

y poco a poco comienzan a olvidar

el hábito de esperar

los atisbos de la luz despiertos.