Es tanta la desidia de vida
en esos inhóspitos lugares
donde no crece ni la hierba ni las flores;
donde habita la ausencia de vida
desde el horizonte por donde sale el sol
hasta el poniente en donde reside la noche
Era tanta la desidia de vida
de esos inhóspitos lugares
donde se multiplicaba la arena
en millones de granitos,
donde el grito de guerra era el saludo
de los buenos días de sus vasallos.
Las madres parían hijos solo para morir.
Era una guerra cruenta que llevaba milenios
en el radar de la memoria de los sin memoria
que ya casi no les interesaba si había
mas o menos muertos en esos lugares
que parecían yelmos desolados.
La vida sin embargo se resistía a morir
y de vez en cuando brotaban engendros de niños
como si fueran abejas; gusanitos felices
que se criaban en pequeños panales
de sucios traperíos colgados al viento inmisericorde
que llevaba para el sur los olores malolientes
de los putrefactos cadáveres de sus progenitores.
Nada había cambiando desde hace mil años atrás
¿Por qué debería cambiar ahora?
Vivíamos la era del internet y de la inteligencia robotizada
pero eso era una apología de los inteligentes
lo de ellos era la guerra fratricida e hiriente,
desmembrar los cuerpos de sus hijos
hasta volcarlos nuevamente al polvo de sus antepasados.
La sonrisa de sus mujeres hace tiempo se había hecho mueca
parecían golfas saqueadas en una noche de lujuria
temían abrir sus pechos y dejar entrar la semilla del amor
porque apenas punteaba su vellosidad
eran presas de los desalmados ejércitos
de los saqueadores de la virginidad.
Alzaban sus velos y herían su vientres
con graznidos de machos cabríos.
Simiente maldita nacida de la guerra,
para la guerra, para la abulia de los dioses.
No hay trono que no hayan herido
ni virgen que no hayan golfeado.
La tierra de Canaán, que queda al este del Edén
es un desierto lleno de muertos que claman el mana de vida.
Han llegado allí millares de ejércitos con alforjas llenas de pólvora,
en la mano empuñando fusiles, granadas
y armas que escupen fuego quemante.
Sus bocas sedientas de sangre, relamen su bazofias
y sus pies se apresuran atrincherarse para morir.
Son los hijos de las mil y una guerras que jamás terminan
son los hijos de la vid y del hierro
son los hijos que nunca cantaran la canción de paz
son los que truecan vida por muerte
y no dejarán que florezcan los campos de trigo
pues su semilla ha sido decantada en la sangre
de todos los que han perecido horadando
la tierra heredada de los justos.