En la Serrana de mi pueblo,
donde más sopla el viento,
mi padre plantó un olivo
el día de mi nacimiento.
Parcela que cuidaba con pasión
entrado en el ocaso de sus días,
poniendo toda su ilusión,
esfuerzo y gallardía.
¡Tu hermano olivo!, me decía,
y raudo a su lado me ponía
para ver cual de los dos
más deprisa crecía.
Fueron pasando los años
y bajo su copa verde esmeralda
juntos y por separado labramos
senderos de pureza inmaculada.
Le contaba muy bajito
mil historias y leyendas,
y hasta le daba un besito
en sus hojitas tiernas.
En su fino tronco enlazaba
cintas de mis doradas tranzas
y en sus verdes ramas colgaba
todo lo que parecían lindezas.
Mi infancia siguió jugando
en aquel trocito de terreno,
lugar familiar privilegiado
en cualquier estación del año.
Y en la carrera por la vida
mi hermano olivo ganó la partida,
muy pronto quedé por debajo
de su fronda florida.
Más tarde nuestras vidas
dejaron de ser paralelas,
a su alrededor marcadas
se quedaron mis huellas…
Mi padre perdió facultades,
y la Serrana pasó a manos ajenas,
y aquel lugar pleno de cantares
hoy es yermo de sueños y proezas.
¡Y mi hermano olivo allá en la Serranía
quedó sin el calor de mi presencia!,
yo, en la soledad de mis días
recordando mi inocencia.
Fina