Fui defendiendo mi alma
rompible de los arañazos
de tanto como desconocía,
cubriéndola, casi sin notarlo,
de chinitas y cristalillos
de colores que tanto me gustaba
recoger de la playa.
Así enmudecían los ruidos y los gritos
que a mis oídos llegaban.
Sólo a medias divisaba la cruel
realidad con que a menudo
azotan los días, pero al tiempo,
la opacidad de mi muralla,
cada vez más gruesa y disparatada,
me hacía difícil
distinguir los detalles y momentos
de grata esperanza.
Alguien, algo, no sé qué sería,
agrietó mi guarida
y se iluminó la estancia.
Miedosa y angustiada, asomé
por ella mi mirada
cansada y al instante entendí
lo grueso y terrible
de mi error y la culpa, desde milagro,
me abraza y me mata.
Y ahora, frente al alba clara,
a la nocturnidad
que tanto pesa, a los cariños
y a los odios,
cuando pienso en quienes
habitan mi vida
y mi casa, un miedo gigantesco,
un muro de dolor
y de rabia, invade este corazón
mío, cobarde ahora y no
de antes de huir a aquella inútil
y perecedera coraza.
No me quedan bríos y fuerzas,
más bien pocas,
pero ya, no queda otra que morir
de pena o destruir la roca.
Pero ya…mañana.
Hoy no tengo ganas de nada.
Pilar González Navarro
Marzo 2018