701
Palacio voluble saturado de paraísos perplejitos de ilusiones.
701, lugar donde fluye lo único que no queremos ser, nada y también todo.
Niños con la noble indecencia de ni siquiera ser.
Desparpajo de naturalidad donde parece ser que el único ser inusitado que está interesado en la trascendencia de ese tren que parece estar cargado de conocimiento y de vainas,
tren que cada que pasa genera una corriente de viento que cada que rosa con ese ente inusitado como un girasol solitario que florece en medio de ese desierto habitado de incertidumbres y deseos, donde cada que ese viento se estrella con las paredes de esas mejillas coloradas, parece que dice: - “Mona, es sino que revolotee esos pétalos para que esta jaula de irresoluciones brille como el sol en su mejor verano.”
701, lugar donde se presenta un discurso taciturno en el que de alguna manera apacible, nos hundimos y navegamos dentro de ese mar que nace por las montañas de nuestros ojos y que su desembocadura se contempla en la utópica lengua roja, llena de mentiras e ilusiones cosechadas en el rio de nuestras memorias, y se presenta un lugar justo en la orilla de ese rio, entre ese tren y ese girasol que no se sabe si es girasol o es sol, justo en ese rincón donde se refleja el turbio verde de esos marcadores tóxicos y entrañable verde de sus ojos, preciso rincón donde existe esa vacilación por dejarse llevar por ese tren que más bien ya parece una tormenta en medio del océano o emprender vuelo como esa nube que se mueve por esa marea de viento que golpea en esas mejillas rosadas, ese viento que rebota y descansa en esas 14 melancólicas sonrisas de este desierto.
Básicamente queda el sosiego de que puede estallar el lugar en nueve mil novecientos noventa y nueve pedacitos y ese girasol seguirá floreciendo y el camino más refulgente parece que siempre será ese rincón que traza letras, sonrisas y lamentos en cada lienzo pálido como la cara que tiene esa emperatriz que me mira y me dice con el vaivén de sus ojos, me mira y me dice: (cállese).
Hperafan.